La Ética pretende formular enunciados cuya validez ni puede ni necesita ser verificada empíricamente sin que por ello pasen a ser parte de un discurso caprichoso y ocioso.
La ética, por tanto, tiene que ver con lo más íntimo de la persona, con su carácter humano. Por ello es inevitable volver la vista a lo que es la persona.
En la sociedad de las últimas décadas se ha instaurado una cultura denominada con acierto “de consumo” que puede caracterizarse por dos rasgos esenciales: el notable incremento en la productividad de los factores de producción gracias al desarrollo tecnológico y a la capacitación de la fuerza laboral y, la consiguiente necesidad de estimular un paralelo crecimiento de la demanda de bienes y servicios.
Esta disociación ha llevado a un sentimiento de confusión, de crisis valorativa y frustración que recorre la sociedad contemporánea y que ha despertado en los últimos años la conciencia de que es necesario acudir a la reflexión ética sobre la globalidad de los modos de vivir y convivir, de los que las acciones de producción e intercambio son tan sólo una parte.
Una conceptualización del hombre como ser social, racional y libre hoy sería aceptada por la gran mayoría de las culturas y a ella cabe atribuirle ser el punto de referencia que ha guiado el proceso de dignificación y reconocimiento de derechos humanos durante los últimos siglos.
El hombre es un ser no determinado, que debe decidir y actuar regido por normas de carácter ineludible para todo ser, para incluir también las normas que los hombres mismos se dan a través de las diversas instituciones sociales en las que participan y de sus conciencias individuales.
Es por tanto el actuar humano un actuar racional y orientado, lo que introduce la idea de finalidad en directa relación con la misma naturaleza humana.
El papel que asume la Ética es examinar y valorar la idoneidad de los comportamientos, a la luz de la concepción de persona, para aproximar al sujeto a su finalidad.
A modo de axioma se podría afirmar que el hombre es un ser que en el ejercicio de su libertad ha de buscar su felicidad, pero también es un ser dotado de razón y que vive en comunidad con otras personas, por lo que no le queda otro remedio más que aplicar su racionalidad a perseguir su felicidad a través de sus interacciones con sus iguales.
Entre las reflexiones en torno al servicio comercial se pueden mencionar:
- La utilidad a la luz del servicio. Un producto es útil en la medida en que también lo es para quien demanda la satisfacción de una sociedad, la utilidad del producto, es la consecuencia del para el otro, la utilidad del cliente. La efectiva satisfacción de necesidades, en la medida en que es captada por el cliente que recibe el servicio, genera confianza, la cual facilita el mantenimiento de relaciones estables de intercambio.
- Trabajo: ¿apuesta o creatividad?
El trabajo entendido como apuesta consiste en jugarse algo. Un juego en el que se asume el riesgo de ganar o perder eximiéndose del trabajo de ganarlo, puesto que no se respetan las reglas del juego.
El riesgo que conlleva ese juego, consiste en que al apostar en serio podemos perder o ganar mucho más de lo que el juego produce. Entender el trabajo como apuesta es un ejercicio de irresponsabilidad.
Una adecuada satisfacción de necesidades, tanto por parte del cliente como del productor, ha de quedar en conexión con el fin último de la persona.
La interpretación de la necesidad como carencia de un bien, nos permite establecer criterios de actuación, para el cliente y productor, en orden a la satisfacción de necesidades, que por encima del mero criterio económico, asuma también el desarrollo personal del individuo.